Salamanca. Un lugar mágico, encantador, acogedor, variopinto. De lluvias y viento que pela y no te puedes esconder… Pero que empapan de frescor el alma. De calor que te derrite el seso… Pero que también te abre los ojos para el café con hielo, el tinto de verano, la sangría y, ¡Ay!, para las cañitas en las terrazas plagadas de gente.
¿Por donde empezar? Ya lo hice: por lo que es Salamanca de vacaciones. Llena de turismo, jóvenes en cursos de verano, profesores en cursos de formación, tiendas cerradas por vacaciones o no, rebajas, obras en algunas calles (¡Perdonen las molestias!) Alguna tuna en la Plaza Mayor, gente que va y viene, viene y va.., Salmantinos que quieren salir de la ciudad para refugiarse en las piscinas y extranjeros que se quieren quedar para siempre porque ven lo que todos vemos solo cuando estamos descansando.
Para monumentos históricos, las Catedrales Nueva y Vieja, la Casa de las Conchas, la Universidad … Para lugares mágicos, la Cueva de Salamanca, el Cielo de Salamanca, el jardín de Calisto y Melibea… Para vivir la noche, Camelot (de los güiris 😉 ), Paniagua, O’Haras, Medievo… Muchos, muchos…
La gente… Jóvenes vestidos de su uniforme de camiseta, pantalones cortitos y zapatillas de deporte. Viejas parejas cogidas de la mano que dan lentos paseos por las calles o descansan en los bancos. Una mujer lee un libro a un anciano en silla de ruedas a la sombra de un edificio. Una mujer embozada pedaleando una bici estática en el parque de los Jesuitas.
Recomendable para la salud: una dosis de Salamanca. Cada vez te encuentro igual de guapa, joven y llena de vida. ¡No cambies que por eso te quiero.
Espiral , la publicación en la revista de la Consejería de España