Cuba, qué linda es Cuba

Bajas del avión y en seguida te encuentras atrapado por el sofoco de una sauna. El cielo es azul, las cañas ondean a lo lejos, los aduaneros cubanos te miran recelosos porque vienes de un país que no es el suyo. El aeropuerto parece una cajetilla de fósforos perdida en el campo. La Habana se nos acerca descubriendo su cara deteriorada por los años y como una señora extravagante muestra sus joyas de arquitectura poco a poco por entre los velos desarrapados que la cubren.
Retratos de Fidel, ninguna prisa, asfalto derretido, autobuses esperados por infinitas colas de pacientes ciudadanos que se olvidan del calor al oír el ritmo del son. Playas desiertas, cubanos que nos miran asombrados porque “en invierno se bañan solo los perros y los extranjeros”, lluvia torrencial que cesa de repente, becarios vestidos de uniformes que miran ansiosos los coches en los que pasamos. Y los coches… una maravilla de armatostes de los cincuenta mantenidos como de milagro, con toda la familia viajando en los asientos delanteros, dando señal no con las luces, sino con la mano… Y el helado… vanilla chi, menta chi, fresa… una delicia de “Copelia” donde puedes derretirte de placer… Cuba,¡qué linda es Cuba!

“Oye, tú que dices que tu patria no es tan linda,
Oye, tú que dices que lo tuyo no es tan bueno,
yo te invito a que busques por el mundo
otro cielo tan azul como tu cielo;
y una luna tan brillante como estrella
que se filtra en la dulzura de la caña…”

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